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Una típica ida al supermercado se convierte en una acalorada sorpresa para una pareja, cuya relación amenaza con terminar al final del pasillo. Historia corta realizada bajo una consigna que he olvidado pero con un desarrollo divertido de imaginar.
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El bullicio se amortigua con el sonido al chocar un par de carritos verdes.
Me sobo la cara para apartar el sueño. Hay mucha gente y no tengo ganas de estar aquí, las compras siempre las hago yo; no sé porque ha venido. No escucho cuando me pregunta si todavía hay papel de baño. No tiene sentido su pregunta, lleva en la mano una lista de compras; de papel, como mi madre solía llevarla, si lo apuntó es porque no hay.
Gira para verme, “no hay” digo, pero ella solo deja caer los hombros. Le quito la caja de cereal de sus manos para arrojarla al carrito, y lo entiendo, preguntó para ver si le prestaba atención, y la verdad no lo hacía.
—Deberíamos llevar filetes de res para cuando vaya tu mamá.
—Ah sí, aunque no creo que pueda ir.
—¿Por?
—Ya volvió a su club de crochet, va como tres días a la semana. Tendría que hablar con ella, pero ¿apoco quieres que vaya?
—No —lo sabía, siempre le había molestado que invitara a mamá a la casa. Reconozco que es muy encajosa; pero casi no la veía por el trabajo.
—No tienes que estar ahí cuando vaya, yo te aviso, así sales a otro lado.
—¡Ay no digas eso! No quiero ser grosera—dice queriendo justificar que ha sido mi idea. Deja de verme para fijarse en la caducidad de los frascos de mermelada—. Puedo hacer una carlota o algo para acompañar el café.
—Mejor conchas blancas, esas le gustan.
—¿Y a mí?
—¿Qué?
—¿Qué pan me gusta? —ahí vamos de nuevo.
—Depende que vas beber con el pan... si es chocolate caliente te gustan los roles, si es café de olla una concha amarilla y si es café instantáneo una dona —sonríe, he esquivado una. Otra vez. Se aleja para recorrer otro pasillo y la sigo.
—¿Quieres ensalada de pollo?
—Es igual —se cruza de brazos, no debí decir eso, pero honestamente había dejado de decir muchas cosas por miedo a esas reacciones suyas. Avanza y me quedo voluntariamente atrás, ¿por qué seguía con esto?, ¿por qué seguía volviendo a alguien que ya me había lastimado?
La veo perderse al final del pasillo y acelero para estar detrás de ella justo cuando se gire a dejar lo que sea que vaya a comprar en el carrito. Me gustaba hacer eso, tener ese tipo de detalles bobos, pero ya no me siento cómodo haciéndolo para ella.
Los refrigeradores de congelados destacan por los coloridos envases de pizza, burritos y taquitos. Abro la puerta de uno para alcanzar una cajita de fresas congeladas y la escucho decir:
—No —hay amenaza en su tono, rozando el reproche llevándome a casi dejar el envase en su lugar, pero aun así la tomo y la arrojo al carrito—. No voy a comprar eso.
—Pero si yo voy a pagar.
—Como quiera —todo esto es mi culpa, digo para mis adentros.
—No me importa, hazte —la intento rodear con el carrito, pero ella lo detiene con la mano.
—Regrésala.
—No —estoy extrañamente decidido—. ¿Por qué me pides hacer tantas cosas? O peor, ¿por qué las sigo haciendo? Ya no puedo con esto, en serio.
—¿Ya no puedes con qué? ¿Con que te pida algo? —alza las cejas y abre la boca para reírse, burlándose. Soy un estúpido, por esperar un mejor amor que el de mis padres o mi hermano. No quise amargarme, no habían sido mis errores; pero jamás creí que estas esperanzas pudieran ser usadas en mi contra. Así fue como terminamos en esto, le entregaba todo; ella lo disfrutaba y después pedía más. Y ni siquiera estoy molesto, no, no. Estoy mas enojado conmigo mismo haber creído que pudiera ser una mejor persona. Por haber esperado tanto de alguien que jamás fue reciproco. Con tantos años de idas y venidas entre nosotros, ya no me quedan fuerzas para enojarme, ni para llorar.
—No lo pides, lo ordenas.
—Que blando eres.
—Tal vez.
—¿Entonces? —se cruza de hombros e inclina la cabeza, retándome a pedirle que se quede. Como ya había hecho tantas veces antes, por querer ser amado. Pero ya no podía.
—¿Entonces qué?
—Ya te quejaste, ¿ahora que vas a decirme?, si es que puedes decirme algo.
—Estas mal, he puesto todo para que esto funcione, pero nunca lo hará porque tu no me quieres. No importa que digas, sé que no me quieres.
—Lo hago, tarado, por eso estoy aquí, por eso te acompaño; por eso estamos juntos.
—Entonces no quiero tu querer. No te quiero a ti.
—Eres un idiota.
—Lo sé.
—Un idiota que cree que lo van a querer como él quiere.
—Tal vez. Pero al menos sé lo que quiero, y no hago nada para cambiar a las personas que están conmigo. Yo te quise, de verdad, pero ya no puedo.
—Bien, ¡haz lo que quieras! —suelta el carrito y lo empuja hacia mí, agarra una bolsa de verduras del congelador y la avienta, impactando en mi cabeza—. Para tu estúpida ensalada—dice y también arroja la lista al aire junto con la esperanza de que vaya tras ella. Me quedo quieto, apenado por el par de viejecitas que me están mirando con pesar al fondo de pasillo; pero también me siento liberado. La veo desdibujarse a la distancia y suspiro.
La viejecillas agarran mejor la canasta y comienzan a avanzar, veo a lo lejos la lista y me acerco a recogerla. Echo una mirada rápida al carrito y lo empujo. A lo lejos, escucho a alguien maldecir. Es ella. Dice que odia a todos los hombres, aunque es probable que le escriba a otro cuando se suba a su carro. ¡Carajo, tendré que pedir un taxi! pienso mientras la música ambiental parece subir de volumen. Sacudo la cabeza y me río, sin tener muy claro porqué. Noto a la dependienta de frutas y verduras mirarme, por la cara se le nota que quiere decirme algo, un consejo o tal vez un chiste... no lo sé, ¿qué se le dice a alguien en mi situación? Intenta sonreír, aunque lo que capta mi atención es el letrero rojo con amarillo sobre su cabeza con la frase "Martes de Frescura" y lo recuerdo, es día de promoción en las verduras así que me acerco a cortar una bolsa desechable del mostrador para llevar tomates.
MX, 2021
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